domingo, 24 de diciembre de 2017

Una Navidad de mierda

Francisco Andrés Flores 

En Santiago del Estero, esta semana, encontraron un niño recién nacido en una zanja, extrangulado, y descuartizado por los perros.  Para él no habrá Navidad.  Ninguna.  
Noelia ayer a la tarde patrullaba en Lanús y un conductor no se detuvo al control: murió un rato después en el hospital.  Tenía 24 años.  Ella y su familia tampoco tendrán Navidad.   En Córdoba esta semana un hombre le disparó a su pareja delante de su sobrino.  Ella murió.  El pibe, de 12 años, salió ileso (¿salió ileso?) pero sin dudas tendrá una Navidad de mierda.  Como la familia de Manuel Ifrán, un jubilado de 72 años que desapareció en abril y aún no apareció; o co
mo las familias que se sentarán a la mesa navideña a contemplar la silla vacía de sus seres queridos desaparecidos, o asesinados, o muertos por la imprudencia o la negligencia de alguien…
Si alguno es particularmente sensible en estas fechas, le recomiendo no seguir leyendo.  Este es el momento en que debería dejar de leer el artículo y seguir de largo.  No sonará nada navideño aquí más que la triste canción de fondo en el comienzo de “The Wall”, con la multitud furiosa de “In the flesh” tironeando las cadenas al compás de las guitarras iniciales y la puerta de Pink a punto de estallar.  Tampoco habrá una resolución brillante del artículo, o profunda, o tierna.  Nada de esas pedorradas de “brindar por los que sufren” o “rezar por los que están solos” o desear “que el nuevo año nos traiga felicidad…” o lo que sea.  No.  Nada de eso sucederá.  De hecho el año es una medida convencional que inventamos para medir el tiempo: la tierra gira alrededor del sol sin enterarse que la medimos y cronometramos, menos aún de que esperamos que su repetido curso traiga cosas mejores.  Si quieren hacer algo por los que sufren no brinden: ayúdenlos; y si quieren hacer algo por los que están solos, acompáñenlos.  Porque un buen deseo una vez al año no cambia nada.  Nos hemos vuelto expertos en vender humo (y en creerlo) y la culpa la tenemos principalmente los cristianos, que hace tiempo ya que nos especializamos en vender cotillón para tranquilizar conciencias.  Y hemos convertido a la Navidad en la fiesta principal de ese carnaval carioca pseudo piadoso.  No culpemos al mundo o a la publicidad: hace rato que nosotros nos hemos rendido a un enfoque publicitario de la fe, desde la imagen de familia que construimos y vendemos hasta la música que cantamos o grabamos para consumo interno (y de ésto sé bastante).  Veo habitualmente cómo los encuentros de jóvenes presentan la fe como un producto, cómo las editoriales católicas importantes están más preocupadas por vender que por el contenido de lo que venden, cómo muchos artistas y productoras cristianos se pelean por ocupar el escenario principal, cómo algunos predicadores itinerantes muy espirituales arman un tremendo circo psicoafectivo para vender libros o CDs, cómo las instituciones educativas corren detrás de la matrícula vendiendo su ideario con un marketing careta y mentiroso, incluso cómo las parroquias son capaces de levantar un par de pisos de aulas y desplazar proyectos pastorales sólo para sumar alumnos, a los que luego meten en un proceso educativo deshumanizado y toyotista que no tiene mucha diferencia con la cinta transportadora de “Another brick in the wall” (para quien entienda).  
Y después, en casi todos los niveles eclesiásticos, se oye la misma trillada letanía: que la Navidad se volvió comercial… que nadie se acuerda de Jesús… que Papa Noel desplazó la fe… qué hipócritas.  Hace rato que nosotros volvimos la fe algo comercial.  Papa Noel es más coherente que nosotros, que ponemos un muñeco de cera con cariño en un pesebre de cotillón y después mandamos al abuelo al geriátrico de por vida… aunque seguramente al levantar la copa nos acordemos de él y le dediquemos nuestros mejores deseos: que el nono esté bien, que las Lebacs sigan rentables, que ganemos el mundial.
Llegado a este punto quiero hacer una alcaración: no estoy enojado, ni decepcionado, ni me dejó mi pareja ni se murió el perro.  He tenido un año hermoso y seguramente tendré una hermosa noche buena.  Eso no me impide ver la distancia que hay entre lo que declamamos estas fechas y lo que hacemos.  Porque todos estos deseos declamatorios y culturalmente correctos se hacen añicos contra una realidad violenta donde los mismos que hablamos de paz y buenos augurios después pateamos la cabeza de nuestros semejantes o los ignoramos.  Nada más claro eso que en las redes sociales: los publicantes más piadosos son, muchas veces, los que comentan más violentamente aquello con lo que no concuerdan.  Las mismas personas que nos inundan con cadenas insoportablemente melosas por todas las redes sociales posibles son las mismas que demuestran todo el año una insensibilidad absoluta frente a cualquier problemática social.  No solo insensibilidad: agresividad y crueldad.  Si yo ahora dijera que entre las personas que tendrán una navidad de mierda están las familias de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel, seguramente muchos lo leerían políticamente, y pensarían que lo mío es una afirmación ideológica.  Lo es, en estos términos: que toda vida humana es inestimable.  Claro que me responderían que también lo son las de Julio López o las de los 44 submarinistas, lo cual no hace más que confirmar lo que digo, porque tienen razón!  Pero todo el brindis y los buenos deseos de fin de año se diluyen frente a esas lecturas ideologizadas y egoístas que provocan verdaderas batallas campales en las redes sociales.  ¿Y si hablamos de las más de 250 víctimas de femicidio en 2017?  Muchos de los que rezan a una joven madre perseguida me preguntarían, sin inmutarse, por qué me preocupo sólo por las mujeres, si también mueren hombres.  ¿Y si incorporamos a nuestros abuelos a la discusión?  Ninguno dudaría en brindar por ellos, pero después si hay que legislar sobre ellos lo hacemos según cálculos macroeconómicos y no según sus necesidades, y lo aceptamos.  ¿Y si hablamos de los submarinistas?  Esas 44 almas se fueron a pique rezando, o llorando, o insultando al universo, golpeando desesperadamente el metálico casco de su futura tumba esperando que algún conciudadano suyo moviera un puto dedo… eso no pasó; y su desesperación y su vida se diluyeron en informes clasificados y mensajes cifrados.  Duró nuestra preocupación 10 o 15 días más o menos, lo que dura una campaña publicitaria, luego las pantallas volvieron al fútbol y a la vida sexual de los famosos.  Y eso también sucede porque nos acomodamos a una realidad mediocre, aceptando la corrupción y la desidia como rasgos propios, encerrados en ese mundo irreal y estúpido de una pantalla táctil, o en la vida berreta que nos proponen los medios, sin tener idea que cotidianamente hay gente arriesgando su vida por nosotros; y que nuestra desidia y nuestra mediocridad engendran las tragedias que nos pasan.  ¿Y si hablamos de problemas sociales más complejos como la niñez y la delincuencia, la falta de trabajo, los planes sociales?  Muchos de los que arropan un niño Dios de cerámica me contestarían tranquilamente que hay que matarlos a todos, o encerrarlos, o sacarle los planes y que vayan a laburar …
Todos nuestros deseos de hoy, más o menos sinceros, se estrellan contra el espejo de nuestra realidad cotidiana, el espejo triste de lo que somos y de la sociedad que construimos.  Estos deseos son, en general, un acting careta, una vez al año, que pocos tratan de llevar a la práctica: nada cambiará porque brindemos, o porque recemos por reflejo y sin caridad.  Y no estoy diciendo que esté mal brindar o rezar.  Pero si solo es un ritualismo superficial donde declamamos cosas por las cuales no movemos un dedo, entonces hemos convertido las fiestas en una celebración egoísta e hipócrita.
Alguien podría decirme que mi exposición es un poco o bastante pesimista, que estoy viendo sólo el lado vacío del vaso… y tal vez tenga parte de razón.  Pero alguien tiene que decirlo, y no me molesta el papel antipático: todo lo que acabo de mencionar no es un invento mío, son cosas reales, pasaron (de hecho es un resumen más bien apretado).  Ignorarlas es patológico.  No mencionarlas por respetar el ritualismo social o la felicidad convencional de las fiestas, o lo que sea, es cobardía.  Que todo el ritualismo de éstas fechas sea algo extendido y aceptado no quiere decir que no podamos criticarlo y confrontarlo.  Muchos hábitos sociales son nocivos, real o potencialmente, y el tenor que han adquirido nuestras fiestas se parece mucho a un ejercicio de anestesia y amnesia colectiva, donde nos olvidamos un rato de lo malo pero no hacemos el mínimo esfuerzo por cambiarlo.  Y el problema es que esas cosas malas que nos pasan no son un meteorito caído del cielo: son construcciones que nosotros aceptamos, o levantamos, o reproducimos en mayor o menor escala, formas de relación deshumanizadas y tóxicas, estructuras de pecado opresivas que convalidamos cuando brindamos con champagne por una fe edulcorada que luego guardamos en el arcón de los buenos deseos.  Esa es la canción que tengo hoy para cantarles.  Estoy en La Plata, muerto de calor y escuchando Pink Floyd… no esperen un villancico.  En el hemisferio norte seguramente los copos de nieve caerán etéreos sobre los techos, y coros de niños radiantes entonarán canciones angelicales en los templos… acá es verano, los niños piden en las esquinas, el viento vuela los micrófonos sobre Plaza Moreno y una banda de rock desafinada hace un pesebre musical en un cantero.  Es lo que hay.   Algunos tienen talento, o éxito, o dinero, o la bendición del ángel de las convenciones sociales; a otros toca, a veces, gritar en el desierto.  Quidquid illud accidit, iuvabit ore personasse Christum.
Si alguno llegó hasta acá, gracias por el esfuerzo y feliz Navidad.

No hay comentarios:

Publicar un comentario