sábado, 26 de diciembre de 2015

El sabor del desencuentro

(O cómo construir una misericordia libre de estereotipos.)

Cecilia López Puertas

  
Tolerancia, tolerancia… palabrita en el mantel
Pocos platos se la sirven, muchas bocas a comer
(Extracto de la canción “Sortilegio” de Silvio Rodríguez)
Últimamente me interpelo tantas veces al día que es difícil pasar en limpio algo que sea pasible de ser escrito. La idea de que vivimos tiempos conmocionados ya no inquieta a nadie y está bien, porque de alguna manera hemos aprendido a aceptar esta realidad revuelta en la que se juegan categorías que nos ponen a cada rato entre la espada y la pared.
Pero el problema, si es que lo hay (y yo creo que sí), no es tanto andar de categoría en categoría, el problema son los estereotipos.
¿Qué son los estereotipos? Bueno, hay mucha agua abajo del puente pero básicamente son estructuras que recortan.

Los estereotipos simplifican.
Muchos han intentado explicar como funcionan los estereotipos, Cora Edith Gamarnik en “Estereotipos sociales y medios de comunicación: un círculo vicioso” dice que se construyen en etapas, primero se selecciona, luego se categoriza y por último se generaliza. Le damos prioridad a unos aspectos en detrimento de otros y por eso es que reducimos. Desde ya que las características que seleccionamos no son nunca del todo mentirosas, pero al elegirla de una lista enorme de posibilidades y generalizarlas, lo que hacemos es establecerlas como parámetros absolutos y convertirlas en representativas de ese grupo que estamos juzgando. Me permito dar algunos ejemplos: todos los gitanos son ladrones, todos los judíos son tacaños, todos los inmigrantes son ilegales, todos los que viven de “planes sociales” son vagos, todos los empresarios son explotadores.

Los estereotipos funcionan.
Sobre todo porque, como dice Gamarnik, son conceptos de un grupo por lo que necesariamente implican un consenso. Del momento en que son percibidos como representaciones válidas de la realidad se difunden y se autoreproducen como los virus informáticos.

Pienso que el problema se da cuando se incorporan a ese lugar tan bonito que llamamos “sentido común” y se naturalizan de tal modo que nos cuesta distinguir dónde empiezan y dónde terminan. Además esconden juicios de valor (o bien de disvalor) pero para darnos cuenta de eso tendríamos que tomar conciencia de que estamos ante un estereotipo y antes de eso tendríamos que advertir que estamos ante un prejuicio… y a nosotros, los seres humanos, no nos gusta admitir estas cosas.
Funcionan porque nos evitan tomar esa conciencia, nos evitan pensar más profundamente en las cosas que decimos o hacemos, en los juicios de valor que tenemos, en las expectativas que nos inventamos, en la forma en la que consideramos a los demás y en lo que esperamos de ellos. Nos evitan una importante cuota de introspección que estamos muy dispuestos a relegar a cambio de la paz interior que nos produce sentarnos como vegetales delante de, por ejemplo, un programa televisivo de concurso de “talentos” cuyas reglas ni siquiera entendemos. Y no importa.

Los estereotipos dividen.
Pensar cansa. Y encima ya venimos muy cansados… trabajar, estudiar, socializar, divertirse, dormir, aburrirse, trabajar otra vez… y todo eso hacerlo en paralelo con un estado de hipercomunicación descomunal, manteniendo -vía redes sociales, vía celulares- cyberconversaciones simultáneas con gente de la que cada vez sabemos menos, con la que cada vez nos encontramos menos. Si la falta de información (de encuentro) real ayuda a armar estereotipos ¡Díganme que no soy la única que ve en esto un caldo de cultivo para los estereotipos que no se puede ni creer!

Les propongo un experimento. ¿Vieron esas imágenes graciosas (“memes”) que se comparten por ejemplo por Facebook y resumen nuestro sentir de tal modo que se nos dispara un fuego interior que nos obliga a compartirlas? Bueno, compartan cualquiera que se les ocurra acompañada de la siguiente pregunta “¿Qué significa?” Probablemente logren más “me gusta” que “comentarios”, pero si acaso alguno respondiera al interrogante descubrirían, no sin frustración, que no entiende exactamente lo mismo que ustedes… por muchos “me gusta” que tenga…
Pues bien, simplificamos, todo el tiempo, lo hacemos para sobrevivir y es lógico, pero ¿Hasta dónde? ¿Cuál es la medida? Detrás de esas imágenes, a veces graciosas, muchas veces hay sarcasmo, hay ironía, hay prejuicios, hay xenofobia, hay hostilidad.

Los estereotipos lastiman.
Es que muchas veces no conocemos realmente lo que ocurre. Sencillamente nunca nos cruzamos con un musulmán o con un minero… no es nuestra culpa necesitar pensar algo en relación a ellos y no tener información “directa”, necesitamos saber qué representan y entonces aparecen los mediadores. Los medios de comunicación son excelentes tomándose estas molestias. Si tomáramos conciencia del profundo hecho de injusticia que implica prejuzgar de esa manera a los demás, miraríamos menos tele y leeríamos menos diarios en “Modo Off”, trataríamos de construir nuestras propias ideas, de sacar nuestras propias conclusiones.

Esto es grave especialmente porque se trata de conceptos de un grupo. Teun Van Dijk es un lingüista neerlandés que se dedicó a estudiar el análisis crítico del discurso. ¿Qué significa esto? Básicamente dijo que la manera en la que la prensa escribe sobre un tema, por ejemplo “los inmigrantes”, es una función de la organización de ese periódico como empresa, pero también de la formación de los periodistas como profesionales, de las rutinas diarias de “hacer noticias”, de la identidad de grupo y de otras tantas estructuras sociales más. Que eso mismo pasa con los textos escolares, con los debates parlamentarios y millones de otros tipos de discursos. Es decir: el discurso no solo expresa sino que construye y confirma representaciones sociales, tales como los prejuicios.
Hasta ahí, análisis del discurso. Van Dijk va más allá y hace análisis crítico del discurso, lo que significa que fija su objetivo en estudiar cómo determinadas estructuras de dominación social producen y reproducen discursos. Fijando relaciones de poder que son por definición desiguales y que se establecen a favor de unos y en detrimento de otros.
De alguna manera entiendo que lo que hacen los estereotipos es cristalizar estos procesos pintándolos de naturalidad. Podemos negar que esto ocurra, podemos ser menos radicales y negar que ocurra en determinado caso, pero si estamos de acuerdo en que estos procesos son mecanismos comunes y corrientes, totalmente habituales en las sociedades en las que vivimos… no podemos pensarlos con ingenuidad. No son neutros o asépticos. Creer esto es ser, como mínimo, naïf. Y, permítanme preguntarles ¿Pretenderse naïf ante la desigualdad, ante el prejuicio, ante el menosprecio de unos en favor de otros, no es una forma de violencia?

¿Qué hacer frente a los estereotipos?
Frandin et Marandin, son dos estudiosos franceses (citados por Gamarnik) que se dedicaron a conceptualizar los clichés y elaboraron una definición de estereotipo interesante: “El estereotipo, una evidencia sin historia, presenta, como las frases enciclopédicas del diccionario, un efecto de “verdad inmediata”, que resulta del borrado del saber en el que fueron producidas”.

Entonces, pienso en voz alta: Si el estereotipo es una evidencia sin historia, un saber creador borrado por su criatura; la única defensa que tenemos contra la violencia es la historia.

Pero hace rato ya las ciencias sociales han dejado de lado la idea de que la historia es algo estático, que uno puede ir a sacar de adentro de un libro para infundirse de un conocimiento guardado y reservado. No digo la historia como esa Verdad, como hechos objetivos, como lo que “realmente” pasó… hablo de la historia que contamos los humanos, esa atravesada por el lenguaje, esa que “nos” habla, la que nos hace transitar sobre un camino que ya fue recorrido, la que nos interpela en las decisiones de hoy. Hace rato hemos aceptado que a la historia la vamos construyendo a medida que la leemos, la vamos haciendo otra vez todo el tiempo.

Jorge Luis Borges analizando lo kafkiano de una serie de obras escritas antes de que Kafka hubiera nacido, dijo que cada creador crea a sus precursores. Se crea hacia el futuro pero también se crea hacia el pasado.

Creo que falseamos el presente (y el futuro) cuando pretendemos una búsqueda de unión sin pasado, es decir, que no reconoce las diferencias. Que no acepta con sinceridad, con serenidad… que no todos pensamos igual y que mucho de lo que pensamos está atravesado por esa historia. Esta construido sobre esa historia.
Alguna vez hablando de los inmigrantes me permití reflexionar sobre esa búsqueda (tan aparentemente contradictoria como interesante) de integrarnos sin desdibujarnos, sin borrar lo que nos distingue. De la misma forma hoy urge aceptarnos con diferencias, con nuestras sinrazones, con nuestras riquezas, con nuestra torpe y hermosa humanidad. Y no se puede hacer esto si borramos la historia, no hay empatía posible sin historia.

No hay empatía posible sin historia.
A veces el camino es el desencuentro, a veces solamente desencontrándonos tomamos conciencia del lugar en el que estamos, de las ideas que nos interpelan, de los discursos que nos mueven y conmueven. A veces necesitamos tomar distancia para entender qué es nuestro y qué no, a cuáles de las ideas que nos encienden las fuimos adoptando por el camino, con qué conciencia lo hicimos, a qué precio. Urge tomar algunas decisiones, porque los estereotipos lastiman. Y lastiman porque son injustos.
Quizá entonces el único acto de justicia que nos podamos permitir sea hacer el esfuerzo por recuperar esos “saberes borrados”.

No hay fórmulas mágicas que nos unan a todos de pronto bajo un mismo sol y por muy genuinas que sean las voluntades que dicen querer un mundo en el que “todos tiremos para el mismo lado”, ese mundo está muy lejos de este que tenemos. No me gusta ser escéptica, pero Imagine es solamente una canción y aunque al escucharla pensamos en el flower power, la verdad es que la letra es bastante pobre y lo que simboliza excede lo que es. Un creador crea sus precursores. Nosotros inventamos todo el tiempo a Lennon cantándole al amor y a la paz, pero él mismo ya se había reído retrospectivamente de las interpretación que le depararía el futuro con el Magical Mistery Tour y una I Am the walrus inanalizable. Nuestra versión de Imagine excede a Lennon.
Son las evidencias sin historia que nos recortan. La paz panfletaria, Lennon musicalizando (acaso contra su voluntad) eventos en los que se comen platos carísimos mientras se recaudan fondos para los desnutridos. “...Tolerancia, tolerancia… palabrita en el mantel, pocos platos se la sirven muchas bocas a comer…” El mundo ese que soñamos necesita que le devolvamos las partes que no queríamos contar, aunque nos duelan, aunque impliquen reconocer que no somos tan pacifistas, ni tan abiertos, ni tan desinteresados.
Estamos llenos de estereotipos, respiramos esos aires todo el tiempo y si no empezamos por recuperar esos saberes borrados, si no empezamos a preguntarnos de una vez por todas ¿De dónde nos vienen esos pensamientos? ¿De dónde, acaso, esta (mi propia) hostilidad? Si no empezamos a desandar el camino sobre el que construimos nuestra mirada del mundo, no podremos tener los ojos listos para mirar el presente que nos toca vivir aceptándolo con sus partes inconclusas, con sus grises, con sus ambigüedades.

Hace rato ya parece que salió del lenguaje común la palabra “misericordia”, mi papá tiene una teoría, dice que fue a propósito. Yo no sé si fue así pero algo de cierto hay… no deja de ser extraño que otras palabras en español vinculadas al ámbito religioso como esperanza, humildad, fe… se utilicen todos los días (incluso en campañas políticas) y en cambio se haya dejado de lado a la misericordia. Es que la misericordia es acción, viene de la mano de las obras… no hay forma de ser misericordioso y quedarse quieto ante lo que le pasa al de al lado. Ser misericordioso requiere una importante cuota de empatía y ya dijimos que no hay empatía posible sin historia.

El Papa Francisco cuando convocó al Jubileo Extraordinario de la Misericordia, con la Bula “Misericordiae Vultus” (link: https://w2.vatican.va/content/francesco/es/bulls/documents/papa-francesco_bolla_20150411_misericordiae-vultus.html) expresó con claridad la necesidad de practicar las obras de la Misericordia -tanto corporales como espirituales- como modo “…para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada…”.-
¿Cuáles son las obras de misericordia corporales? Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir los enfermos, visitar a los presos… Las “espirituales” son: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a  Dios por los vivos y por los difuntos.

Para los católicos no son una opción, nuestra Fe implica creer que en base a estas obras de misericordia seremos juzgados. El Papa Francisco lo explicita con claridad, se nos preguntará: “…Si dimos de comer al hambriento y de beber al sediento. Si acogimos al extranjero y vestimos al desnudo. Si dedicamos tiempo para acompañar al que estaba enfermo o prisionero (cfr Mt 25,31-45). Igualmente se nos preguntará si ayudamos a superar la duda, que hace caer en el miedo y en ocasiones es fuente de soledad; si fuimos capaces de vencer la ignorancia en la que viven millones de personas, sobre todo los niños privados de la ayuda necesaria para ser rescatados de la pobreza; si fuimos capaces de ser cercanos a quien estaba solo y afligido; si perdonamos a quien nos ofendió y rechazamos cualquier forma de rencor o de odio que conduce a la violencia; si tuvimos paciencia siguiendo el ejemplo de Dios que es tan paciente con nosotros; finalmente, si encomendamos al Señor en la oración nuestros hermanos y hermanas. En cada uno de estos “más pequeños” está presente Cristo mismo. Su carne se hace de nuevo visible como cuerpo martirizado, llagado, flagelado, desnutrido, en fuga... para que nosotros los reconozcamos, lo toquemos y lo asistamos con cuidado...”.
Finalmente, cita a san Juan de la Cruz con una frase que lo encierra todo: “En el ocaso de nuestras vidas, seremos juzgados en el amor…”.

Y el amor, para san Juan de la Cruz como para mí y para todos los que intentamos darle alguna vuelta a estas cosas, no es el amor del flower power, el amor panfletario que nos conmueve treinta segundos para pedirnos cincuenta centavos más IVA al mes para ayudar a las ballenas. El Amor tiene A mayúscula y significa primero que nada, bajarse del pedestal. Aceptar que no estamos en los pies del otro, que nuestro lugar no es ayudar porque somos mejores o porque tenemos más, que cuando damos lo que al otro le falta no es dádiva, es justicia.
Y antes todavía de hacer nada, de mover un solo músculo del cuerpo para ayudar a alguien tenemos que ser justos en nuestra conciencia, tenemos que respetarlo como persona, tenemos que luchar contra esos saberes borrados, contra esos prejuicios, contra esos estereotipos que lo reducen. Porque la misericordia y los estereotipos no se llevan bien. Tenemos que encontrarnos con los demás en su riqueza, en su individualidad, en su historia. La “gente” no es de una forma o de otra, o está cansada de esto o de aquello, la “gente” no es una masa amorfa de seres vivos que hay que correrla para el lado que dispara.

Nos debemos esta lucha silenciosa con nosotros mismos, nos debemos el cansancio de pensar un poco más y reducir un poco menos. Necesitamos esa justa cuota de escepticismo que sin desanimarnos ni quitarnos la esperanza, nos permita estar atentos a los juicios que hacemos, preguntándonos todo el tiempo ¿De dónde viene esto que digo? ¿Quién soy yo para decirlo? La lucha contra la hostilidad empieza al interior de nosotros mismos y no hay salida fácil, porque pretenderse ingenuo ante la desigualdad, ante el prejuicio, ante el menosprecio de unos en favor de otros, es una forma de violencia.

A nadie le gusta que lo recorten, a nadie le gusta que lo hagan pedazos y a la historia -esa que nos interpela- nos la jugamos todo el tiempo en la calle, en cada encuentro, en cada conversación…

Hoy es la víspera de siempre,
los días, eternamente, no me dejan definir
Y siempre estoy como esperando que cuando, al fin, pase algo
aún me quede por decir, por sentir, por retener…
un pedazo siquiera de mi.


(“Hoy es la víspera de siempre”, Silvio Rodríguez)

viernes, 25 de diciembre de 2015

LA “CULTURA DEL AISLANTE” Nuevas oportunidades para ejercer Misericordia

P. Pablo Osow 
Ayer soñé con los hambrientos, los locos,
los que se fueron, los que están en prisión
Hoy desperté cantando esta canción
que ya fue escrita hace un tiempo atrás
es necesario cantar de nuevo una vez más
(“Inconciente colectivo”, Charly García)



Mi abuelo era electricista. Me enseñó infinidad de cosas. Una de ellas es aislar cables pelados. Que no se toquen es fundamental, imprescindible para evitar cortocircuitos. Apoyado en ese recuerdo de mi niñez, me atrevo a introducir este concepto: la “Cultura del aislante”.

Como pasa con los cables, los más aislados son los extremos. La lógica social del aislamiento funciona determinando los límites entre lo “normal” y lo “anormal”, lo “sano” y lo “patológico”, lo “legal” y lo “ilegal”. El poder público traza dichas fronteras. Y en base a estos criterios de clasificación, discierne la conveniencia de aislar un individuo del resto de la sociedad.

De esta manera, el paradigma de la inclusión y la exclusión es legitimado por el mismísimo sistema de derechos, alegando dos motivos: es necesario y conveniente proteger a los sanos/normales/buenos de los enfermos/anormales/delincuentes (de aquí seguramente proviene la metáfora de la “manzana podrida” que debe retirarse para que no pudra al resto). Y por otro lado, habría que curar/normalizar/rehabilitar a quienes constituyen una amenaza para el orden de la mayoría.

Este modelo que sucintamente acabamos de describir se ejemplifica perfectamente en la evangélica imagen del leproso. Aún hoy, inclusive en nuestro país, existen leprosarios. Se sostiene el antiguo sistema de reclusión avalado por la Conferencia de la Lepra -realizada en Argentina a principios del siglo XX- y las leyes de la época: “las personas pudientes serán aisladas en su domicilio, siempre que den su palabra de honor de no salir jamás de casa; no dormir con otra persona; que ningún miembro de la familia, ni extraño, usará nunca cosa alguna del servicio o uso del paciente; las personas indigentes serán secuestradas en la leprosería”[1].

Aparece en este caso un nuevo criterio de segregación: la pertenencia a una determinada clase social. Parece que los pobres no se les podía creer. Actualmente la lepra es una enfermedad de gente pobre, y eso hace que no se invierta el dinero necesario para la investigación de su posible cura. La pobreza muchas veces termina siendo causa de aislamiento. En el imaginario social se identifica al marginal con ciertos lugares, situaciones, costumbres. El excluido transita un circuito aislado del resto, “no pega” con el paisaje del “centro”, y por eso naturalizamos que se construyan “cercos”, “techos verdes” y “muros” entre las villas, las autopistas y los barrios de gente bien.

Mientras el “católico promedio” sigue sosteniendo el discurso de “no los ayudemos porque viven en casillas pero tienen antenas de DirecTv”, los gobiernos subsidian a los pobres, no sólo para sofocar la posible violencia de sus reclamos, sino también para extinguir sus ansias de movilidad social, la que muchos de ellos vinieron a buscar cuando se instalaron alrededor de las grandes ciudades. Dos formas más o menos sutiles de inmovilizar al otro en su aislamiento, para que deje de representar un problema.

“El infierno es el otro”,[2] afirma Sartre, cuando su mirada me impide ser. Así sienten al “otro” las víctimas de la inseguridad, y de la misma manera sienten al “otro” los excluidos del sistema, sea por la razón que fuere. Ser-aislado es un drama si estás tras las rejas, las de tu casa o las de la cárcel, las de la granja de rehabilitación o las de tu empastillamiento anestesiador, las del geriátrico o las de tu indiferencia a los ancianos, las de la escuela-doble-turno de los chicos o las de tu esclavitud laboral.

La “cultura del aislante” se alimenta con el combustible de nuestros prejuicios. Un esquema mental cerrado clasifica a las personas en “buenos” y “malos”, como en un cuento infantil. Nos hace acordar a Juan Represión, que “supo muy pocas letras / y soñó con la justicia / de los héroes de historietas”[3]. Dicha ignorancia acerca de la complejidad de lo humano es sustentada también por múltiples relatos que operan y traccionan sobre las personas: mandatos familiares rígidos, ciertas informaciones sesgadas, un clima político altamente polarizado, una religiosidad maniquea de ángeles y demonios, etc.

Los cables corren paralelamente, cada uno con su color, cada uno con su función, pero sin tocarse. Es más facil “poner en el freezer” o “bajarle la cortina” al que me resulta “tóxico” (otra palabra clave de la “cultura del aislante”). También lo podés “eliminar”, “restringir”  o “bloquear” en tu red social. Pero el peor de los aislantes es el que no pasa de moda: la indiferencia. Ese “dar la espalda” al otro, ese “vivir como si no existiera”, esa “aversio Deo” que está en la raíz de todo pecado contra el prójimo.

Mi abuelo también me enseñó que a veces hace falta cortar la corriente eléctrica mientras uno trabaja en la reparación de una instalación. Es necesario arreglar lo que está roto, y hay que evitar las “patadas”. Pero no se puede vivir con la luz cortada…

No olvidemos el objetivo más noble del aislamiento, aunque el menos alcanzado: reintegrar al aislado luego de su recuperación, que se reencuentre con su comunidad ya sanado. En términos cristianos, si tu hermano se hace cargo, “habrás ganado a tu hermano” (Mt.18,15). Lo habrás ganado para la comunidad. Jesus invita al aislado a volver a su casa y contar a los suyos todo lo que Dios hizo en su aislamiento, como al hombre exorcizado de Gerasa (cfr. Lc. 8,39). El aislamiento no es un fin en sí mismo, sino un momento -a veces necesario- de un proceso de vida que culmina en la comunión.

A esta reconciliación con la comunidad se refieren las catorce Obras de Misericordia[4]. Cada una de ellas apunta hacia el norte de la caridad. Sin embargo, hablar de Misericordia en ciertos ambientes puede sonar ingenuo, hasta escandaloso… Des-aislar no es tan fácil. Implica saltar y derribar barreras inconcientes que nos obstruyen y terminan boicoteando la solidaridad. Empezando por nuestras trabas para “tocar la carne de Cristo en los humildes, los pobres, los enfermos y los niños”, como expresa el Papa Francisco. “Cuando doy limosna, ¿dejo caer la moneda sin tocar la mano? (...) Cuando doy limosna, ¿miro a los ojos de mi hermano, de mi hermana? Cuando sé que una persona está enferma, ¿voy a encontrarla? ¿La saludo con ternura? ¿Sé acariciar a los enfermos, los ancianos, los niños... o he perdido el sentido de la caricia? (...) No avergonzarse de la carne de nuestro hermano: ¡es nuestra carne! Seremos juzgados por el modo en el que nos comportamos con este hermano, con esta hermana”[5]. El Santo Padre apunta al texto inspirador de la lista de Obras de Misericordia, la imagen del Juicio Final de Mt. 25, y lo recomienda como examen de conciencia cotidiano: Lo que hicimos por el más pequeño de los hermanos, se lo hicimos al Señor[6].

Pero tocar al otro, tomar contacto con el aislado, tiene sus riesgos. El mismo Jesús sufrió la estigmatización de ser considerado impuro por tocar al impuro (Mc.1,45). Cruzar las aguas y llegar a la isla del aislado puede aislarte a vos con él. También existen otros riesgos: el contagio, las burlas, en fin: accidentarse, en el intento de salir del encierro[7].

Lamentablemente, existen católicos militantes de la “cultura del aislante”. Consideran que el aislar y separar a las personas es una solución a los problemas sociales y eclesiales, como quienes proponen al Señor arrancar ansiosamente la cizaña (cfr. Mt.13,24-30). Suelen juzgar desde una presunta “ortodoxia”, denunciar ante las autoridades a quienes consideran “transgresores”, y expulsar -sutilmente, eso sí- al que piensa o actúa distinto. Y obviamente, buscan quitar del horizonte pastoral toda estrategia de inclusión, ayuda y/o transformación social que pueda revertir las aislaciones de tantos hermanos alejados.

Tambien hay católicos inconcientemente funcionales a la “cultura del aislante”. Enfrascados en el mundillo eclesial, en el famoso “siempre se hizo así”, no encuentran la oportunidad y van perdiendo el interés de conectarse o reconectarse con los aislados. Algunos han quedado fijados en el divorcio entre lo ritual y lo vital. Otros son nostálgicos de una “época dorada”, de formas eclesiales tradicionalistas o progresistas que ya no dan respuesta, y que se obstinan en querer reproducir. Llenos de buenas intenciones, refuerzan el aislamiento y se aislan a sí mismos de la vida del “otro real”.

Y vemos católicos como San Francisco, que no dudan en abrazar tiernamente a los leprosos de hoy. Audaces y creativos, les interesa que el hermano vuelva y se reintegre al rebaño de Jesús. Por eso no ahorran recursos, tiempos, energías, y ponen en juego todo lo necesario para desandar el sendero de la exclusión. Tienen fe. No temen al ridículo ni al fracaso. Porque saben que está en juego la Comunión en el sentido más profundo: Jesús desea ardientemente hermanarnos a todos en el Espíritu, “des-aislarnos” haciéndonos “ecclesía”. Recemos y luchemos para que la Misericordia en la “cultura del aislante” sea conducente de ese Espíritu Santo vivificador y re-unificador.






[1] Cfr. Conferencia sobre la Lepra (1908), pp. 247-252, p. 247.
[2] Jean-Paul Sartre: “A puerta cerrada”, obra de teatro de 1944
[3] Sui Generis: “Juan Represión”, en “Pequeñas anécdotas sobre las instituciones”, 1974.
[4] Dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al necesitado, vestir al desnudo, visitar al enfermo, socorrer a los presos, enterrar a los muertos, enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que está en error, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos
de los demás, rogar a Dios por vivos y difuntos.

[5] Papa Francisco: Homilía del 7/3/2014
[6] Cfr. Papa Francisco: Audiencia del 6/8/2014
[7] Cfr. Evangelii Gaudium Nº49

Los pastores, pioneros de un mensaje de alegría

Una pequeña reflexión de Navidad, preparada para Navidad Solidaria 2014.

Por Juan Pablo Moreno

Para comenzar esta reflexión contemplemos la imagen que está debajo del título durante unos segundos…
Sí, son los pastores en el momento en que uno de los ángeles de Dios les está anunciando que el Salvador del mundo ha nacido. Reflexionemos entonces, a partir de esa imagen, un poco sobre ellos.
En el momento en que Jesús nace, tanto Él como María y José estaban solos. Pero Dios buscó para acompañarlos a gente muy sencilla, unos pastores, quizá porque, como eran gente de lo más humilde, no se escandalizarían al encontrar al Mesías “envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc. 2, 12) Son estos pastores a los que se refería el profeta Isaías cuando dijo “El pueblo que caminaba en tinieblas ha visto una gran luz” (Is. 9, 1).
En esta primera noche en que Dios toma la condición de humano sólo en estos pastores se cumple esa profecía. Nos cuenta el evangelio de Lucas: “Un ángel del Señor se les presentó, y la gloria del Señor los envolvió con su luz. Entonces sintieron mucho miedo, pero el ángel les dijo: -No teman, pues les anuncio una gran alegría, que será para ustedes y para todo el pueblo: Les ha nacido hoy, en la ciudad de David, un Salvador, que es el Mesías, el Señor.” (Lc. 2, 9-11)
En esta noche, ellos son los primeros y los únicos que lo saben. Al igual que ellos, en esta Navidad, nos podemos encontrar con que nosotros somos los únicos que sabemos lo que realmente pasa entre tanta publicidad, entre tanto consumismo. Y al igual que los pastores, hoy es nuestra misión anunciar la llegada del Salvador al mundo una vez más. La Iglesia nos pide que anunciemos esto con mucha alegría en las palabras de San Juan Pablo II “¿Acaso puede haber mayor alegría que ésta, puede haber una Nueva mejor que ésta: El hombre ha sido aceptado por Dios para convertirse en hijo suyo en este Hijo de Dios, que se ha hecho hombre?” (Homilía en la Misa de Nochebuena de 1980)
Dios quiso que estos pastores fueran los primeros mensajeros; ellos irían contando “todo lo que habían visto y oído” (Lc. 2, 20). Y todos los que les escucharon se maravillaron de lo que los pastores contaban. Lo mismo les pasara a los apóstoles, habiendo recibido de parte de Cristo el mensaje de amor dirán que “Por nuestra parte, no podemos dejar de proclamar lo que hemos visto y oído” (Hch. 4, 20). Igualmente a nosotros se nos revela Jesús y nos pide las mismas virtudes de los pastores y a los apóstoles: sencillez y humildad para llegar hasta Él, y fortaleza, sabiduría y paciencia para transmitir su mensaje de amor.
Es posible que en esta noche Jesús nos regale muchas señales, que a ojos humanos no signifiquen nada, estate muy atento para descubrir a Jesús en la sencillez, como lo encontraron los pastores, “envuelto en pañales, en un pobre pesebre.

Recuerda con esperanza esta imagen y siéntete partícipe de que hoy tienes la misma misión que ellos… El nacimiento de Cristo te ha sido anunciado, compártelo con todo el mundo.

De puertas abiertas y de ventanas cerradas.

Por X

Si cuando se cierra una puerta Dios abre las ventanas, ¿qué pasa cuando es el 
revés? ¿Qué pasa, cuando Dios abre las puertas? ¿Se cierran las ventanas?

          
  La apertura de la puerta, que se hizo en Roma y en varias Iglesias locales, es una invitación a vivir el año de la misericordia, pero también debe ser interpretada como un gesto enorme de apertura, la Iglesia es para todos y nos invita a estar presentes, a ingresar y a vivir la Fe de manera cotidiana y con la esperanza de ser misericordiosos como el padre.
            Ya no es necesario entrar por las ventanas laterales, ahora tenemos las puertas abiertas y es nuestro menester como laicos, hacer ingresar a cuantos puedan por ellas. Las puertas abiertas, deben mantenerse durante todo el año y sobre todo, durante toda nuestra vida.
            Como en la Iglesia, nuestro corazón debe estar abierto a nuevos desafíos y nuevos problemas. El corazón de piedra, el corazón de libro de historia que recuerda a la Iglesia de unos pocos y de primeros bancos, el corazón de familia bien constituida, debe ser transformado, refundado por la misericordia y proyectado hacia los que más lo necesitan, hacia aquellos de las “periferias existenciales”, que vagan por el consumo y por el mar helado del “no te metas”.
            Las puertas que se han abierto, deben ser señales de aires nuevos que nos permitan  comprender una vida llena de amor y compromiso.
            Para gente como yo, que muchas veces repudiamos a los que piensan distinto, es un doble desafío, significa saberse distintos, perdonar ofensas, pedir disculpas, pero también es seguir en el camino de la Fe, quizá cambiando algunas cosas pero reforzando nuestras opciones preferenciales. Quizá voy a seguir pensando igual, voy a permitirme modificar algunas cosas, pero la misericordia no me impide seguir pensando y seguir trabajando por aquellos que siempre tuvieron que ingresar por las ventanas.

            Dios abre las puertas, pero el desafío de la misericordia es ver entrar a nuevas personas e incluirlas en nuestras propuestas pastorales, la Iglesia de la Misericordia es de todos pese al que le pese.

domingo, 6 de diciembre de 2015

ESCALA POÉTICA

Francisco Andres Flores

La asociación entre católicos, un “hábito poco naturalizado” en la Iglesia de la Argentina

(Foto:aulaplaneta.com)
Selene Peschel


La familia y una pregunta: ¿Qué dicen las entidades católicas sobre ella? 

            Muchos males de la Argentina son también muchos males de la Iglesia. Es decir, con la prevención se evitarían muchos dolores, precisamente porque son evitables. Las familias son una clara prueba de ello. Si en vez de pensar en la cantidad de divorcios que se incrementan anualmente, se pensara en la calidad de los cursos prematrimoniales pasaría algo completamente distinto (Aunque mejor que hablar de cursos se podría referir a la importancia de un aprendizaje constante en el caminar de la vida parroquial).

            Un obispo argentino, mons. Sergio Buenanueva expresó, luego de finalizar el Sínodo de la Familia (2015), que “cada diócesis tiene que plantearse de nuevo, ya desde ahora, cómo renovar su pastoral familiar [...] mucho más en el Año de la Misericordia”. Sobre este tema hay una c

FAMILIA: UNA PROPUESTA, MUCHAS FORMAS

 Nora Pflüger

  Matrimonio, dos hijos (niño y niña), un auto con cuatro puertas, un perro y una bonita casa con jardín en las afueras de la ciudad, en la que vivían radiantes y felices: tal era el modelo de familia que nos proponían las series de TV norteamericanas de las décadas del cincuenta al setenta, como emblema del estilo de vida “cristiano” (léase occidental, anglosajón y protestante).

  En el otro extremo, en Argentina, los católicos fervientes consideraban “cristiano” sólo al matrimonio con no menos de seis hijos, sin importar si andaban todos descalzos, si la madre trabajaba o no, o si el padre tenía autoridad suficiente para controlar al mismo tiempo a media docena de chicos. Criticaban duramente a las familias más reducidas y a todo tipo de control de la natalidad (incluso, a los métodos permitidos por la Iglesia), y vaya susto el que les dio cuando el Vaticano empezó a hablar de “paternidad responsable” e hizo residir la decisión última sobre la planificación familiar en la recta conciencia de los esposos.

  ¿Creen que exagero? Conocí no hace mucho tiempo a una señora adulta, de cultura universitaria, que antes de hacer esto o aquello con su marido en la intimidad conyugal, le “pedía permiso al cura”… ¡llamándolo por teléfono!

  Y es que los esquemas rígidos, además de infantilizarnos de una manera lamentable, nos desorientan. Y no me refiero sólo a la planificación familiar.

  Cuidado: no estoy rompiendo lanzas a favor del matrimonio gay, ni pretendo que se denomine “familia” a cualquier ensamble de personas. El libro del Génesis hace nacer el primer núcleo familiar del amor entre un hombre y una mujer, principio necesario para todo el orden natural humano. Pero entiendo que confundir el mandato del Génesis con una casa con jardín y un auto con cuatro puertas, o identificarlo solamente con un árbol genealógico donde la descendencia se multiplica como los conejos, deja fuera del cuadro a mucha gente buena que no puede responder a ninguno de los dos modelos, y que sin embargo, no se encuentra por eso lejos de Dios

  Descubrir que papá y mamá discuten, que los hermanos pensamos diferente en muchos temas, que tenemos algún pariente estrafalario y que nos parecemos más a los Locos Addams que a la Familia Ingalls, no nos hace menos cristianos.

  A partir de la imagen del Génesis, permanente y universal, cada matrimonio, cada hijo, cada grupo de hermanos, va construyendo, con paciencia, con esfuerzo, con alegría, con dolor, la familia que en su humildad puede: que es también la que Dios -que no nos pide imposibles- verdaderamente quiere.