Por Francisco Andres Flore
Peripecias de la fecha más importante
del calendario.
Si hay algo esquivo para el ser humano, eso es el tiempo. Y tal vez por eso es que todos los pueblos
han intentado atraparlo efímeramente
por medio de números y medidas
convencionales, con mayor o menor éxito,
pero siempre buscando una referencia dentro de ese devenir inevitable.
Primeramente se intentó
delimitar períodos tomando como referencia a los astros más importantes del firmamento: a veces el
Sol (como en el calendario romano) otras la Luna (como en los calendarios judío y maya), y así surgieron los años, los meses y las estaciones.
En la antigüedad
convivían diferentes
calendarios según la civilización, y cada pueblo tenía sus meses y sus días, con sus respectivas festividades; y,
además, contaban los años desde sucesos diferentes. Por ejemplo: los griegos contaban según las olimpiadas, los romanos desde la
fundación de Roma (Ab Urbe
Condita = AUC) y muchos pueblos (incluidos los anteriores en determinadas épocas) según
los años de gobierno de
sus reyes, cónsules y
emperadores. Por ejemplo en Lucas 3, 1-2
se dice claramente que el ministerio de Juan el Bautista comenzó en el año 15 del reinado de Tiberio como
emperador de Roma; y así
muchas referencias similares.
La expansión
del Imperio Romano llevó
a que su calendario fuera como un standard de su época, el calendario llamado Juliano en
honor de quien lo instauró
en el año
46 antes de Cristo: Julio César. Muchos pueblos, aún siglos después
de la caída del Imperio
Romano, siguieron contando el tiempo desde la fundación de Roma o desde el reinado de algún emperador Romano (por ejemplo el Calendario Diocleciano o Anno
Diocleciani). Esto sin embargo tuvo
un límite claro: el
siglo VI después de Cristo, cuando
un monje llamado Dionisio el Exiguo propuso que ese siglo sea precisamente el
sexto después de Cristo (Anno
Domini o “Año del Señor”) y no el cuarto de Diocleciano (quien había sido un feroz perseguidor de los
cristianos). Esta nueva forma de contar
el tiempo se fue aceptando paulatinamente; pero, aunque ya no se contaba desde
la fundación de Roma ni desde
Diocleciano, el calendario Juliano se siguió usando hasta el año 1582.
Entonces un Papa ordenó
a una comisión de expertos que corrigieran el error anual del antiguo
calendario: un error de poco más
de once minutos anuales que se había
transformado, luego de más
de 1200 años (el último ajuste había sido en el Concilio de Nicea, en 325),
en una diferencia de 10 días. Éstos
días simplemente
fueron eliminados, de modo que al 4 de Octubre de 1582 le siguió el 15 de
Octubre. Y el error de conteo fue corregido para que no volviera a ocurrir
semejante desfase. El nombre del Papa
era Gregorio XIII: por eso el calendario se conoce como “Gregoriano”, y es el de uso más
extendido en la actualidad.
Pero vayamos a la fecha más importante del calendario actual: ¿cuál es? Obviamente, no puede ser otra que aquella que
le da origen. Y desde el momento en que
Dionisio el Exiguo propuso contar desde el nacimiento de Cristo, esa fecha
fundacional no es ni más
ni menos que lo que llamamos Navidad.
Esto nos pone en el umbral de una aventura compleja: ¿cómo determinar con cierto grado de exactitud la fecha del
nacimiento de Cristo? Créanme
que mucha gente se ha quemado las pestañas con este tema, durante siglos, sin llegar a resultados
concluyentes. Numerosas fechas se han
disputado el honor de ser el nacimiento de Cristo, desde abril a febrero,
aunque una se fue imponiendo en diversas regiones: el 6 de enero, que aún hoy sigue siendo considerada una fiesta
religiosa (la fiesta de la Epifanía). Pero la elegida fue el 25 de diciembre. ¿Por
qué? Si uno lee en
internet, incluso en medios católicos,
se encuentra con que se da por hecho que la Iglesia puso ese día para competir con una fiesta pagana: "dies natalis Solis invicti” (el nacimiento del
sol invicto), en el Solsticio de Invierno del hemisferio Norte. Otros hablan de una fusión con las fiestas Saturnales, también en Roma. Esto, en medios escritos, audiovisuales y
electrónicos, se afirma
con una seguridad y convicción
asombrosas. Pero si uno investiga un
poco la cosa no es tan así. Vamos por el principio: ¿cuál es la primera mención
conocida al 25 de Diciembre como fecha del
Nacimiento de Cristo? La fecha está
bien documentada: el año 221; y su mentor, también: Sexto Julio Africano, un historiador que organizó una biblioteca en
Roma y vivió varios años
en Palestina, muriendo en Jerusalén. Es autor de la primer cronología cristiana y también de un intento de historia
universal. Si bien nos han llegado pocos
fragmentos de su obra, era de consulta frecuente entre sus contemporáneos; y sin dudas, por el lugar y la época en que vivió, tenía fuentes de privilegio para opinar sobre el tema que nos
toca. Como decíamos, Sexto Julio Africano fecha el nacimiento de Cristo un 25 de
Diciembre. ¿Tiene esta fecha alguna relación con las fiestas saturnales?
Vamos al punto: las fiestas Saturnales (Saturnalia en latín) fueron instauradas en el año 217 antes de Cristo, pero no un 25 de
Diciembre, sino un 17 de Diciembre. La
efusión del pueblo la
prolongaba por siete días,
pero claramente no tiene nada que ver con Navidad (eran más bien una especie de carnaval), aunque
es probable que el pueblo posteriormente asimilara algunas costumbres de las
Saturnales a las fiestas navideñas. La naturaleza de las Saturnales, basadas en
los excesos y el descontrol, dista mucho del espíritu de la Navidad cristiana y hace muy difícil pensar en una coincidencia buscada a
propósito por las
autoridades eclesiásticas (además de que, claramente, no coinciden).
¿Y la fiesta del "dies natalis Solis invicti”? Ésta ya aparece en el calendario Juliano del año 46 antes de Cristo, pero no era una
fiesta popular al dios sol: de hecho la llamaban “Bruma”. Las fiestas del sol donde se celebraba y se
realizaban sacrificios eran el 9 de Agosto, el 28 de Agosto y el 11 de
Diciembre. Eran las fiestas del Sol
Indiges (“sol nativo” o “sol invocado”, apelativo que con el tiempo fue
cayendo en desuso).
El culto al Sol Invictus en cambio es más tardío, y era un culto
esotérico y oculto (no
popular) propio de ambientes castrenses, que habían importado de Oriente dioses solares como Mitra o El-Gabal. Su festividad recién fue instituida como
fiesta popular cuando el emperador Aureliano impuso el culto solar como el
principal en Roma, como parte de la deificación de la persona del emperador, ordenando que se celebre su fiesta
cada 25 de Diciembre. Esto ocurrió en el año… ¡274 después de Cristo! O sea que aquello que
atestigua Sexto Julio Africano en 221, y que viene de una tradición aún anterior (es decir, la afirmación de que Cristo nació
un 25 de Diciembre) precede en muchos años a la celebración de la fiesta pagana del Sol Invicto en
Roma. ¿Hubo alguna otra festividad importante dedicada al Sol antes de
Aureliano? Si: la instituida por el emperador Marco Aurelio
Antonino “Heliogábalo”. Introdujo el culto del
dios solar sirio El-Gabal, asociándolo
al dios romano Sol Invictus, para lo cual construyó un templo (Elagabalium) en la ladera del
monte Palatino. Su fiesta fue instaurada
en el solsticio de… verano (Junio, nada que ver con el 25 de Diciembre). A la muerte del emperador este culto cayó en desuso, pero fue
retomado más tarde por
Aureliano en su forma de “sol
invicto” con la mencionada fiesta del 25 de Diciembre. Claro que la intención de Aureliano era que la fiesta cayera
en el solsticio de invierno; pero si homologamos las fechas del calendario
Juliano y Gregoriano, el solsticio de invierno en éste último no cae un 25
sino entre el 20 y el 23…
Conclusión:
todo parece indicar que la elección
del 25 de Diciembre por parte de la Iglesia como fecha de nacimiento de Cristo
no tiene nada que ver con una competencia al paganismo o un intento de
resignificar una fiesta pagana (que también los hubo) sino con el respeto a cierta tradición existente en Judea y que Sexto Julio
Africano atestigua. De esta manera se
entiende el hecho de que más
de un Papa romano se lamentara de la coincidencia de ambas fiestas, porque muchos
fieles las observaban simultáneamente;
y los pastores cristianos frecuentemente debían aclarar la confusión
(de lo cual existen numerosos testimonios escritos, por ejemplo de San Agustín).
También es importante
reconocer que cualquier fecha que hubieran elegido los primeros cristianos para
celebrar la Navidad, forzosamente hubiera coincidido con alguna festividad
pagana, pues el calendario estaba lleno de ellas, ya que convivían múltiples dioses y cultos.
Existen otras fuentes: un antiguo texto sobre solsticios y
equinoccios afirma, siguiendo una antigua tradición, que Jesús
fue concebido un 25 de Marzo; y fija su nacimiento 9 meses después: 25 de Diciembre. A partir del siglo IV ya son numerosos los
testimonios sobre la celebración
del 25/12 entre los cristianos, por ejemplo el Calendario Filocaliano.
También se puede recurrir
a datos de la Biblia para intentar una aproximación a la fecha del nacimiento de Cristo. Podemos, por ejemplo, saber con cierta
exactitud el momento de la concepción
de Juan el Bautista: en Lucas 1, 5-14 se afirma que ocurrió mientras Zacarías oficiaba en el Templo. Este servicio era por turnos (1Cronicas 24:7-19),
y Zacarías pertenecía al grupo de Abdías, que oficiaba en el Templo a comienzos
de Junio y a fines de Septiembre. Lucas
afirma que Jesús fue concebido 6
meses después que Juan (Lucas
1, 24-36): si los embarazos de María
e Isabel fueron normales (lo cual debemos suponer, ya que en la época un niño prematuro tenía
serias dificultades para sobrevivir) entonces Jesús nació aproximadamente 6 meses después que Juan. Si tomamos el
primer turno de Zacarías,
Juan nació en Marzo y Jesús
en Septiembre. Si tomamos el segundo turno,
Juan nació a fines de Junio y Jesús
a fines de Diciembre. Algunos prefieren
la primera fecha porque dicen que la mención a los pastores es imposible en Diciembre, pleno invierno en el
hemisferio norte; pero claramente ahí
entramos en un terreno más conjetural.
No es mi intención
con este artículo llegar a
conclusiones definitivas donde otros, con más conocimiento y piedad que yo, sólo han aproximado hipótesis. Pero sí me interesa mostrar que esa idea tan
extendida de que la Navidad es una especie de “colonización” de una fiesta
pagana, realmente tiene poco sustento; y que si uno se toma el tiempo de
profundizar el tema, rápidamente
encuentra muchos motivos para entender que la Iglesia puso esa fecha respetando
tradiciones previas y apoyándose
en la opinión de historiadores
respetados. Por otro lado, ese ha sido
siempre el procedimiento eclesiástico
para fijar las principales fiestas del calendario litúrgico, cosa que la Iglesia se ha tomado con tanta seriedad que
incluso el calendario actual es deudor de esos esfuerzos. Lamentablemente en la actualidad se prefiere
cierta historiografía que interpreta
los hechos de la antigüedad
desde perspectivas sociopolíticas
modernas, y con frecuencia se desvaloriza el testimonio de los antiguos por
considerar que tienen alguna parte interesada, o al menos cierto condimento de
imaginación y fábula.
Contra eso me gustaría
también revalorizar el
testimonio de esas personas que, en una época que ofrecía
muchas complejidades para el acceso al conocimiento, se las rebuscaron
investigando y leyendo en diferentes idiomas las fuentes disponibles. Particularmente me parece importante el
testimonio de Sexto Julio Africano, quien no sólo investigó
bibliografía
de la época, sino que
también vivió en Palestina y
tuvo, sin lugar a dudas, acceso a fuentes que nosotros no tenemos. Él
atestigua en sus escritos una tradición que le antecede y que (aunque estuviera errada en su apreciación del nacimiento de Cristo) da por tierra
con la idea vulgar de que la Navidad se pone para competir con una fiesta
pagana al dios sol. Si alguien afirmara
que en definitiva la Navidad es una fiesta astrológica por el solsticio de invierno, usurpada a antiguas y recónditas civilizaciones, recordemos que el
solsticio de invierno para el hemisferio Norte en el actual calendario cae
entre el 20 y el 23 de Diciembre, nunca el 25.
Y quienes armaron el calendario litúrgico sabían
perfectamente de esta variabilidad de los solsticios y equinoccios. De hecho, fue el mismo Dionisio el Exiguo (aquel
del Anno Domini) quien hizo unas tablas de Pascua para calcular esta
fiesta siguiendo la primer luna llena de Primavera del hemisferio Norte, y por
eso esta fiesta es móvil
y no está atada a un día
específico (si se hubiera
querido poner la fiesta de Navidad en el Solsticio de Invierno del hemisferio
Norte, claramente lo hubieran hecho calculando el solsticio y no fijando una
fecha puntual).
En nuestros días
asistimos a un movimiento inverso: la paganización más o menos conciente
de una fiesta de claro contenido religioso, en un doble movimiento que, simultáneamente, relega de la Navidad toda
referencia al cristianismo y consagra una apoteosis que danza con elementos
emblemáticos de consumo y
celebraciones destempladas. Pienso que
tal vez la instalación
sistemática de la idea de
que la Navidad siempre fue, en el fondo, una fiesta pagana, obedece al mismo
movimiento: desacralizar la fiesta y neopaganizarla. ¿Y
si la instauración de la fiesta del “dies natalis
Solis invicti” un 25 de Diciembre, por parte de Aureliano, hubiera sido un
movimiento similar? O sea: imponer, con
toda la fuerza del imperio romano, un culto oficial centralizado que relegue la
celebración incipiente de una
nueva religión en crecimiento,
particularmente peligrosa por negar la divinidad del emperador. ¿Sería ilógico eso? Para nada:
afirman los historiadores que Aureliano era partidario de la doctrina “un dios, un imperio”; y es sabido que se autoproclamó “deus
et dominus” (dios y señor),
imprimiéndolo en numerosas
monedas. Su reinado fue corto, pero dice
Lactancio que hubiera prohibido el culto a cualquier otro dios si hubiera
tenido tiempo; aún así, se esforzó para que el culto al sol fuera el
principal de Roma. Años más tarde Diocleciano completaría esa obra: también
autoproclamado “dios y señor”, desató
una de las más feroces persecuciones contra el cristianismo. Tal vez para algunos esta idea (que Aureliano
haya puesto la fiesta del “dies natalis Solis invicti” solo para opacar la
Navidad cristiana) es antojadiza y apologética. Sin embargo no sería la primera vez que sucedía algo similar en el imperio: está muy bien
documentado que en tiempos del emperador Adriano (más de un siglo antes que Aureliano) se erigieron estatuas paganas
en lugares claves del cristianismo solo para opacarlos; por ejemplo en el Gólgota una imagen de Venus, en el lugar de
la Resurrección una de Júpiter, y en la Gruta de Belén un bosque sagrado dedicado a
Adonis. Si los romanos hicieron eso más de un siglo antes, cuando el
cristianismo era mucho menos numeroso: ¿por qué no podría
Aureliano, obsesionado con la divinización de la figura imperial y con reunir todo el imperio en el culto a
un solo dios, haber decidido contrarrestar el influjo naciente de las
festividades importantes de la nueva religión?
En nuestros días
no es la fuerza del imperio la que intenta opacar la espiritualidad de esta
fiesta; pero sí el culto al mercado, con profusión de nuevos ídolos
y templos. Tal vez para un sistema que
se autoproclama orgullosamente “laico” (“profano”, deberíamos
decir para ser más exactos) y que se
empecina en derribar todo valor (excepto el que le sirve de motor: el económico) pueda ser al menos molesta la
supervivencia de una fiesta tan movilizante y con tanto arraigo popular basada,
no en efemérides políticas o históricas ni en las convenciones del mercado, sino en un hecho
indiscutiblemente religioso. Porque,
acertada en la fecha o no, la fiesta de la Navidad ha sobrevivido milenios
celebrando el Nacimiento de Cristo y no otra cosa; el sol invicto apenas
sobrevivió como fiesta popular hasta el reinado de Teodosio, y las monedas de
los emperadores solares deificados se herrumbran bajo tierra o en museos. Ahí
seguramente estará la que consagraba a Aureliano “deus et dominus natus” (“dios y señor nato”).
Ahí también, entre ruinas, los templos solares del Palatino y del Campus
Agrippae. Sin embargo nuestra
humilde y vapuleada fiesta navideña
sigue celebrando, como en aquellos lejanos siglos, el nacimiento de un humilde
niño en un pesebre de
Judea. Algo tan sencillo y tan enorme
que parte la historia en dos y nos hace ver, en la vida de ese niño, la de todos los niños y hombres que han caminado sobre la
Tierra. A contramano del mercado y del
materialismo hegemónico, una celebración de toda vida humana y un agradecimiento
por la bendición implícita en cada corazón que late. Un agradecimiento al cielo, también, por aquel Niño que vino al mundo hace exactamente 2014 años.
Bueno: ¿hace exactamente
2014 años? Dejamos abierta
la pregunta. Esa es otra discusión compleja que abordaremos, en el próximo artículo, en la próxima
edición.